LA ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA DE PLATÓN
LA ANTROPOLOGÍA
La Antropología es una ciencia social que estudia al ser humano de una forma integral.
Para abarcar la materia de su estudio, la Antropología recurre a herramientas y conocimientos producidos por las ciencias naturales y las ciencias sociales.
La aspiración de la disciplina antropológica es producir conocimiento sobre el ser humano en diversas esferas, pero siempre como parte de una sociedad.
De esta manera, intenta abarcar tanto la evolución biológica de nuestra especie, el desarrollo y los modos de vida de pueblos que han desaparecido, las estructuras sociales de la actualidad y la diversidad de expresiones culturales y lingüísticas que caracterizan a la humanidad.
La antropología estudia los seres humanos desde una perspectiva biológica, social y humanista. La antropología se divide en dos grandes campos:
La antropología FÍSICA, que trata de la evolución biológica y la adaptación fisiológica de los seres humanos, y
La antropología SOCIAL O CULTURAL, que atañe a la filosofía y se ocupa de las formas en que las personas viven en sociedad, es decir, las formas de evolución de su lengua, cultura y costumbres, así como la evolución de su pensamiento.
La antropología es fundamentalmente multicultural.
Los primeros estudios antropológicos analizaban pueblos y culturas no occidentales, pero su labor actual se centra, en gran medida, en las modernas culturas occidentales (las aglomeraciones urbanas y la sociedad industrial).
Los antropólogos consideran primordial realizar trabajos de campo y dan especial importancia a las experiencias de primera mano, participando en las actividades, costumbres y tradiciones de la sociedad a estudiar.
LA ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA DE PLATÓN
El hombre es el resultado de una unión “accidental” entre el alma, que es inmortal, y el cuerpo, que es material y corruptible, dos realidades totalmente distintas que se encuentran unidas en un solo ser provisionalmente
De tal modo que al alma, le corresponde la función de gobernar, dirigir, la vida humana.
Pero Platón no se limita a afirmar la existencia del alma, sino que la dota de otras características además de la de ser “principio vital”.
El alma, es inmortal, transmigra de unos cuerpos otros y es, además, principio de conocimiento. En la medida en que conocemos el alma, ésta ha de ser homogénea con las Ideas, por lo que no puede ser material.
La idea de que el alma es inmortal y transmigra le viene a Platón, por influencias de los pitagóricos. A su vez éstos la habían tomado con probabilidad del orfismo.
Se trataba de una renovación del culto dionisíaco que se proponía alcanzar la purificación a través de rituales ascéticos, en la creencia de la inmortalidad y transmigración de las almas, que se encontrarían encerradas en el cuerpo como en una prisión.
El dualismo ontológico “mundo sensible/mundo inteligible” tiene su paralelo en su antropología en el neto dualismo entre el cuerpo y el alma.
Platón concibe al hombre como un compuesto de dos sustancias distintas: el cuerpo, que nos vincula al mundo sensible, y el alma con el mundo inteligible.
El alma humana es superior al del cuerpo debido a que el alma es el principio de conocimiento y de bondad, pero más aún a que el cuerpo está sometido a corrupción y muerte mientras que el alma tiene un destino inmortal.
Platón utiliza varios argumentos para demostrar la inmortalidad del alma, destacando el que se basa en la teoría de la reminiscencia:
Según Platón, no cabe tener una experiencia de conocimiento completamente original: cuando afirmamos que una proposición matemática es verdadera, por ejemplo, no es porque la hayamos aprendido, es más bien porque recordamos las relaciones existentes entre las Ideas y que nuestra alma vio en el Mundo de las Ideas antes de encarnarse en nuestro cuerpo.
La percepción del mundo sensible no puede servir de fundamento al conocimiento estricto y, puesto que poseemos tal conocimiento, éste ha de provenir de una experiencia anterior. Por tanto conocer es recordar.
Para Platón el alma es un principio que se mueve a sí mismo y es fuente de movimiento. Pero el alma destaca frente al cuerpo por otro aspecto más importante: nos iguala a los dioses y permite el conocimiento de las Ideas.
Platón encuentra tres partes en el alma humana: la parte racional, representada en el mito del carro alado por la auriga; es la más noble y elevada, y su función es conocer intelectivamente y guiar a las otras dos;
La parte irascible, representada por el caballo blanco, símbolo del valor y la voluntad, se deja conducir fácilmente; y la parte concupiscible, representada por el caballo negro, difícil de guiar, símbolo del deseo y la pasión sensible inmoderados.
La parte racional del alma debe intentar purificar al individuo de los apetitos sensibles, y le corresponde dirigir la conducta humana.
PLATÓN ESTABLECIÓ UNA DIVISIÓN TRIPARTITA DEL ALMA
A cada tipo de alma le pertenecen unas características esenciales propias. La clasificación es, por tanto, cualitativa. El alma superior, propia y exclusiva del hombre es la racional. Esta es inmortal y se halla ubicada en la cabeza.
Las otras dos almas, la irascible y la concupiscible (o apetitiva) son mortales y se hallan situadas respectivamente, en el tórax y en el abdomen.
El hombre es propiamente su alma, no su cuerpo. Nuestra naturaleza propia es la racionalidad, lo único que puede distinguirnos de los demás animales. En tanto que cuerpo, no somos nada distinto de aquellos.
Esta división tripartita le permite al filósofo, por una parte, dar cuenta de ciertas tendencias e instintos humanos y, por otra parte, jerarquizar a la sociedad en distintas clases sociales, según la naturaleza propia de cada quién, que viene determinada por el mayor peso o predominio de un tipo de alma u otro.
LA NATURALEZA HUMANA SEGÚN LA ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA DE PLATÓN
La razón no tiene más que un camino a seguir en sus indagaciones; mientras tengamos nuestro cuerpo, y nuestra alma esté sumida en esta corrupción, jamás poseeremos el objeto de nuestros deseos, es decir, la verdad.
En efecto, el cuerpo nos pone mil obstáculos por la necesidad en que estamos de alimentarle, y con esto, y las enfermedades que sobrevienen, se turban nuestras indagaciones.
Por otra parte, nos llena de amores, de deseos, de temores, de mil quimeras y de toda clase de necesidades, de manera que nada hay más cierto que lo que se dice ordinariamente: que el cuerpo nunca nos conduce a la sabiduría.
Porque ¿de dónde nacen las guerras, las sediciones, los combates? Del cuerpo, con todas sus pasiones.
En efecto: todas las guerras no proceden sino del ansia de amontonar riquezas, y nos vemos obligados a amontonarlas a causa del cuerpo, para servir como esclavos a sus necesidades.
He aquí por qué no tenemos tiempo para pensar en la filosofía, y el mayor de nuestros males consiste que en el acto de tener tiempo y ponernos a meditar, de repente interviene el cuerpo en nuestras indagaciones, nos embaraza, nos turba y no nos deja discernir la verdad.
Está demostrado que si queremos saber verdaderamente alguna cosa, es preciso que abandonemos el cuerpo, y que el alma sola examine los objetos que quiere conocer.
Sólo entonces gozamos de la sabiduría, de que nos mostramos tan celosos; es decir, después de la muerte, y no durante la vida.
La razón misma lo dicta : porque si es imposible conocer nada en su pureza mientras vivimos con el cuerpo, es preciso que suceda una de estas dos cosas: o que no se conozca nunca la verdad, o que se conozca después de la muerte, porque entonces el alma, libre de esta carga, se pertenecerá a sí misma
Pero mientras estemos en esta vida no nos aproximaremos a la verdad sino en razón de nuestro alejamiento del cuerpo, renunciando a todo comercio con él y cediendo sólo a la necesidad.