EL ABSOLUTISMO: LA OMNIPOTENCIA DE LOS REYES
En el transcurso de los primeros siglos de la Edad Moderna surgió en Europa una nueva organización política, el Estado moderno.
Su creación y consolidación fue el resultado de un largo proceso que se inició con el nacimiento de los Estados monárquicos y la centralización del poder en la figura del rey.
Estos Estados monárquicos fortalecieron su poder en detrimento de la nobleza feudal, para lograr imponerse por sobre los múltiples señoríos que habían surgido a partir del desarrollo del feudalismo medieval.
Crearon ejércitos propios, consolidaron la administración del reino, y aseguraron y expandieron sus fronteras mediante guerras, alianzas o casamientos.
Entre los factores que favorecieron el surgimiento de los Estados monárquicos, destacan:
- el aumento del poder de los reyes desde fines de la Edad Media por el debilitamiento de los señores feudales, debido al desarrollo de las Cruzadas y los conflictos entre señores;
- la alianza con la burguesía, que a cambio del apoyo financiero a los reyes deseaba más libertades para desarrollar sus actividades comerciales;
- el dominio y control de los territorios, pues a partir del siglo XIV, la justicia y la administración pasaron a estar bajo el control de las monarquías que, con ello, pudieron garantizar el cobro regular de impuestos y así aumentar su riqueza.
Los primeros Estados monárquicos fueron Francia, España e Inglaterra, mientras que el Sacro Imperio Romano Germánico siguió manteniendo un sistema con rasgos feudales, en el que los príncipes participaban en la elección del emperador, que luego era coronado por el papa.
La monarquía absoluta
La Guerra de los Treinta Años significó la reconfiguración del mapa político de Europa.
Francia se convirtió en la nueva potencia de Europa, mientras el Imperio español perdía relevancia. Irrumpió entonces un nuevo régimen político que consolidaba el gobierno directo del monarca, concentrando el poder en sus manos: el absolutismo.
La monarquía absoluta era un sistema de gobierno donde el rey tenía un poder absoluto sobre los asuntos del Estado sin que existiera ningún tipo de fuerza o grupo social que pudiera neutralizarlo.
Además, en la figura del rey quedaban unidos los tres poderes del Estado. De este modo, el rey podía ejercer su dominio sobre todas las esferas de la sociedad sin rendir cuenta a nadie.
El cargo era hereditario y solo Dios estaba sobre él. Su principal propósito era defender los intereses del Estado, con absoluta libertad para dictar o modificar leyes, sin la participación de otros sectores, apoyado en sus dos instrumentos principales: la burocracia y el ejército.
Bajo la idea de que el Estado y el rey eran la misma cosa se suprimieron las autonomías de ciudades y provincias, centralizándose el poder y las decisiones bajo la autoridad de una sola persona.
Por otra parte, con la adopción del mercantilismo –que fomentó la intervención del Estado en la economía–, los reyes y sus ministros tendieron a tomar medidas proteccionistas, alzando las tarifas aduaneras, estimulando la producción interna y prohibiendo la importación de productos que se elaboraran en el país.
El objetivo era asegurar una balanza comercial favorable para acumular el oro y la plata dentro del Estado.
De esta manera, los Estados absolutistas lograron solventar los enormes gastos en que incurrían a medida que crecía la burocracia y el ejército y se transformaron en fuerzas económicas.
A las tradicionales causas de conflictos armados se sumaron ahora los intereses económicos.
Bases teóricas del absolutismo
El absolutismo, como sistema político, se basó en principios teóricos que hacían referencia a la figura del rey y cómo él debía ejercer su autoridad.
Entre sus pensadores más destacados estuvieron el cardenal Richelieu, quien centró su discurso contra la nobleza y a favor del fortalecimiento del poder real
El obispo Bossuet, quien en sus obras defendió el origen divino de la monarquía; y Jean Bodin, quien apeló al fortalecimiento del poder monárquico como única manera de organizar el reino.
Los postulados teóricos de la monarquía absoluta se pueden agrupar en tres principios:
- Poder soberano: se define la monarquía como el poder supremo del rey sobre los súbditos. El rey es la única fuente de derecho y solo es responsable ante Dios por sus actos, por lo cual no es juzgable por los seres humanos. Puede dar curso a leyes, a guerras, designar funcionarios y actuar como tribunal supremo, todo lo que sea necesario para mantener su reinado.
- Derecho divino: según los absolutistas, el poder de los reyes tenía un origen divino. Dios elegía a los reyes como sus ministros, para mantener la paz y la justicia. Debían, por lo tanto, ser reverenciados.
- Razón de Estado: el ser humano tiende a hacer la guerra contra los demás. Para evitar este problema debe renunciar a su libertad y ceder sus derechos a alguien que mande y que haga todo por el bien de todos sus súbditos.
De este modo, era conveniente para el Estado que el poder se concentrara en una sola persona.
El absolutismo en Francia
El absolutismo se desarrolló con gran fuerza en Francia y su mayor exponente fue el rey Luis XIV.
Al morir su padre solo contaba con cinco años de edad. El control del reino quedó en manos del cardenal Mazarino. A su muerte, Luis XIV decidió asumir el gobierno sin delegar el poder en ningún asesor, ministro u hombre de confianza.
Reinó en Francia desde 1643 hasta 1715, logrando imponer su estilo de gobierno, que puede ser sintetizado en su propio dicho: “El Estado soy Yo”.
Una vez en el poder, trasladó el palacio real desde París hasta Versalles, donde se asentó con miles de personas, tanto empleados como nobles, quienes se encargaban de asistirlo y agasajarlo.
Se consideraba a sí mismo como un sucesor de Dios, y por lo tanto, una persona que estaba por sobre todos sus súbditos.
Para controlar el territorio nombró Intendentes, quienes se convirtieron en “sus ojos y oídos”. También invitaba regularmente a la aristocracia a recepciones en el palacio de Versalles, con lo cual mantuvo una relación sin conflictos.
Uno de sus más cercanos colaboradores fue el ministro Colbert, quien se encargó de llevar las finanzas del gobierno durante el período 1665-1683.
Inspirado en el mercantilismo, aumentó la producción manufacturera y el comercio exterior mediante la ampliación de la marina mercante.
Reordenó la economía, pero el alto nivel de gastos del monarca y las guerras significaron un alza creciente de los impuestos, los que recaían en los estamentos no privilegiados.
Si bien logró mantener el control del territorio y una incipiente prosperidad económica, hubo dos limitantes a su poder: debía respetar los privilegios tradicionales de los estamentos y los de las provincias de Francia (que variaban de un lugar a otro) y era difícil fiscalizar que en los territorios más alejados se acataran sus mandatos.
El absolutismo en España
Carlos I (1500-1558) fue el primer monarca español de la dinastía de los Habsburgo. En 1516 sucedió en el trono a sus abuelos Fernando e Isabel, los Reyes Católicos, y heredó de ellos los territorios de Castilla, Aragón, Nápoles, Sicilia, las islas Canarias y las colonias españolas en América.
De su padre, Felipe el Hermoso, recibió Austria, los Países Bajos y el derecho al trono del Sacro Imperio Romano Germano, del cual, en 1519, fue proclamado emperador, recibiendo el título de Carlos V.
Durante su reinado, Carlos V se vio a sí mismo como restaurador del “Imperio cristiano universal” y buscó imponer esta imagen sobre la de otros reyes católicos.
Para consolidar esta posición se involucró en varios conflictos militares: enfrentó el avance turco otomano por el mar Mediterráneo y Europa, y combatió a los príncipes protestantes de Alemania.
En 1556, Carlos V abdicó en favor de su hijo Felipe II, quien heredó la corona de España, las posesiones italianas, los Países Bajos, y las colonias de ultramar. A su hermano Fernando cedió el imperio y los territorios austriacos
El gobierno de Felipe II (1556-1598) también se basó en las ideas absolutistas. Durante su reinado reforzó y modernizó la administración del Imperio español a través de organismos como los Consejos de Castilla y Aragón, el Consejo de Indias, los Consejos de Justicia y de Hacienda y el Tribunal de la Inquisición.
Durante su reinado, Felipe II enfrentó diversos conflictos externos:
- Luchó contra los turcos por el dominio del mar Mediterráneo, propinándoles una derrota decisiva en el combate naval de Lepanto (1571).
- Confrontó el alzamiento de los Países Bajos, el territorio de mayor desarrollo económico del reino en esa época.
- Mantuvo tensas relaciones con Isabel I de Inglaterra, con quien pugnó por el comercio marítimo en el océano Atlántico.
Todas estas guerras influyeron en el endeudamiento de la Corona, que se declaró en bancarrota en los años de 1557, 1575 y 1596. No obstante, al fi nalizar el siglo XVI el Imperio español era el más poderoso del planeta.
La crisis del absolutismo en Europa
Durante el siglo XVII, al tiempo que se consolidaba el absolutismo en España y Francia, en Holanda e Inglaterra se ponía fin a este sistema político.
En Holanda, en el transcurso de una larga y cruenta guerra de independencia, se constituyó una república encabezada por la burguesía comercial.
En Inglaterra una prolongada disputa entre el Parlamento y la monarquía culminó en la conformación de una monarquía constitucional.
La creación de la República de Holanda
En 1566, los calvinistas desataron graves desórdenes en varias ciudades de los Países Bajos. Los calvinistas desataron graves desórdenes en varias ciudades de los Países Bajos.
Ante ello, el rey Felipe II envió sus tropas a apaciguar este territorio, lo cual provocó la sublevación general de 1568.
Durante la larga guerra que siguió al levantamiento de este año, las provincias del norte lograron independizarse, mientras que la corona consiguió reconquistar Flandes y Brabante.
En 1609, la República de Holanda y España acordaron suspender las hostilidades. Esa tregua duró poco y en 1621 se reinició la guerra.
El conflicto armado se extendió a las colonias españolas y portuguesas en ultramar. En 1648, el gobierno español se vio obligado a reconocer la independencia holandesa.
El enorme esfuerzo bélico y financiero que había hecho la monarquía española en su intento por retener a los Países Bajos obedecía a la importancia económica de esta región, muy urbanizada y poseedora de una rica industria.
La ciudad de Amberes era el centro comercial y financiero más importante a nivel mundial. En impuestos, los Países Bajos entregaban a la Corona cada año una suma siete veces superior a la cantidad que aportaba la plata americana.
Durante los 80 años de guerra, el comercio, las finanzas y la industria se fueron mudando a las provincias del norte; al comenzar el siglo XVII, la República de Holanda se había convertido en la primera potencia comercial y financiera del mundo, desplazando a Amberes.
En 1609 se fundó el Banco de Ámsterdam y en ese mismo período se crearon las compañías holandesas de las Indias Orientales (1602) y de las Indias Occidentales (1621).
Inglaterra: la reacción contra el absolutismo
En Inglaterra, el absolutismo se afianzó durante los reinados de Enrique VIII e Isabel I. Estos reyes establecieron fuertes vínculos entre la Corona y la Iglesia anglicana, que representaba la religión oficial de la nación, y excluyeron con medidas represivas a los calvinistas ingleses.
Pese a que la monarquía era muy fuerte, el Parlamento gozaba de prerrogativas, en particular tenía derecho a ser consultado si, por ejemplo, el rey quería aumentar los impuestos.
Adicionalmente, la burguesía, en su mayoría protestante, había ido adquiriendo presencia en este organismo.
Conflicto entre la monarquía y el Parlamento
La Revolución Gloriosa
Tras la muerte de Cromwell, en 1658, el Parlamento aceptó la restauración de la monarquía, pero las disputas continuaron.
Esta vez, el conflicto se resolvió sin derramamiento de sangre. En 1688, la dinastía de los Estuardo fue derribada y el Parlamento proclamó a Guillermo III de Orange como rey de Inglaterra.
Dado que el tránsito fue pacífico, se le llamó Revolución Gloriosa. El nuevo monarca aceptó los términos del Parlamento y así quedó establecida en Inglaterra una monarquía constitucional.
En ella, se dividió el poder en legislativo, ejecutivo y judicial, y se proclamaron ciertos derechos básicos, como la libertad de hacer peticiones al rey, a portar armas para la defensa propia y a elegir a los miembros del Parlamento sin interferencia de la Corona.
En 1689, el Parlamento promulgó la Declaración de Derechos, como forma de salvaguardarse del absolutismo.
Ese mismo año se decretó la Ley de Tolerancia, que reconocía como oficial a la religión anglicana, pero concedía la libertad de culto a los protestantes.
De esta manera se buscaba concluir con dos de los conflictos que se habían arrastrado en Inglaterra: las pugnas religiosas y las luchas entre el Parlamento y la monarquía. A fines del siglo XVII, la burguesía controlaba el gobierno inglés.
En 1694 fue fundado el Banco de Inglaterra, y gracias a su poderío industrial y naval desplazaron a los holandeses como potencia capitalista mundial.