EL PROCESO DE URBANIZACIÓN MUNDIAL
Las ciudades existen desde hace miles de años, como centros religiosos, de intercambio comercial y político administrativo, destacándose estas funciones en mayor y menor medida según contextos históricos y geográficos particulares.
Así es como se pueden identificar ciudades que comparten características aun guardando sus especificidades, como las ciudades producto de la conquista y la colonización española de América, las ciudades medievales europeas o las fundadas por el Imperio Romano.
Sin embargo, desde el Neolítico hasta el presente, esos asentamientos humanos permanentes se transformaron, tanto en la forma y las funciones como en el tamaño (extensión territorial y cantidad de habitantes) que hacen pensar en si todas pueden denominarse “ciudades”.
Pero ante la falta de criterios para la delimitación unívoca de lo urbano, el proceso de urbanización tiene características generales, como el aumento de la densidad de población en las ciudades, su expansión territorial y el aumento de los intercambios materiales y simbólicos (como el comercio, la información, el arte y la cultural en general).
En la ciudad, los intercambios se multiplican en todos los niveles de la sociedad, y en diversos espacios específicos y genéricos: teatros, bares, comercios y en la calle, elemento urbano central de circulación, contacto e intercambio.
La revolución urbana del siglo XIX significó un cambio cuantitativo y cualitativo tanto en el sistema de ciudades como en los espacios urbanos
. Fue un cambio de escala que implicó el aumento de la densidad, la concentración de actividades y la posibilidad de acceso a bienes y recursos que se centralizaron en las ciudades.
Esta concentración también se produjo en los puestos de trabajo, en el contexto de la formación y la expansión de los mercados laborales, y posibilitó la profundización de la división social del trabajo y la especialización de las actividades.
La urbanización y la industrialización se combinan y dan lugar al surgimiento del capitalismo industrial como un modo de producción urbano, y ambas se potencian favoreciendo su expansión.
La urbanización implicó un nuevo modo de vida que abarcó desde las características del trabajo hasta la forma de emplear el tiempo libre, desde los desplazamientos diarios hasta la comida y el encuentro con amigos y familiares.
El espacio urbano
El espacio urbano es un producto social, material y simbólico, con estructuras físicas como las calles y los edificios, que representan identidades culturales de clases y grupos sociales, étnicos o religiosos, plasmados en la arquitectura y la forma de habitar de esos grupos.
En la vida cotidiana de sus habitantes, donde se expresan las maneras de relacionarse con los “vecinos”, se construye y reconstruye un vínculo de afinidad y pertenencia.
Las costumbres en común y el habitar de los grupos producen la ciudad, y esta también influye sobre los individuos y sus prácticas.
La ciudad es un lugar de reunión de grupos diferentes y distantes entre sí, con disputas por sus intereses o creencias, pero en relación de interdependencia; a pesar de la diferenciación, la ciudad integra a los individuos a la sociedad.
Por lo tanto, es un producto histórico, social y espacial con elementos “fijos”, consecuencia de dinámicas y procesos continuos y complejos, en movimiento y cambio, tensión y conflicto, cargados de política e ideología.
La impronta del Estado-nación
La ciudad, a partir del siglo XIX, fue el ámbito de aplicación de las políticas públicas cuyo objeto era la “población”.
Fue el espacio donde el Estado-nación moderno asentó sus aparatos burocráticos, infraestructuras e instituciones y se constituyó como el ámbito de discusión política.
El Estado-nación construyó identidades y unidades territoriales a partir de los núcleos urbanos y de la homogeneización cultural de las regiones incorporadas a la nueva figura estatal.
Las ciudades fueron y son los centros político-administrativos y de control económico que permiten la consolidación de los territorios nacionales.
Por lo tanto, hay una doble incorporación: la ciudad reúne y permite la cohabitación, pero mantiene las diferencias y, además, es en donde se construye la ciudadanía y la nacionalidad a través de instituciones estatales como la escuela.
Esa identidad nacional deja de lado particularismos y regionalismos y opone distintas identidades mediante la difusión de una cultura con ciertos valores, mientras suprime otros.
Este es el caso de la difusión, por parte del sistema educativo, de lenguas “oficiales” únicas en territorios con múltiples lenguas.
La metropolización
Las áreas metropolitanas pueden incluir una ciudad central y varias de menor jerarquía incorporadas por la expansión de la edificación o por factores económicos (mercado de trabajo único).
Los viajes diarios desde el lugar de residencia hasta el de trabajo pueden ser un criterio para delimitar la influencia directa de un área metropolitana.
Espacios no construidos y con actividades agrícolas pueden ser incluidos en el área metropolitana, como proveedores de bienes primarios e integrados a la economía metropolitana.
Y su influencia política y económica puede abarcar todo un territorio nacional o estar repartida entre dos o más núcleos organizadores del territorio.
La expansión sobre áreas periféricas de la ciudad dio origen a la aglomeración urbana, que es la agregación administrativa de unidades municipales y su denominación remite a la unidad de jerarquía mayor (por ejemplo, el Gran Buenos Aires o el Gran Londres).
Cuando las áreas metropolitanas se expanden y se integran para formar una región se habla de una conurbación que no siempre implica continuación de la edificación, pero sí la integración en una unidad funcional de escala superior.
La misma puede formarse por aglomeraciones urbanas o ciudades próximas entre sí, pero con núcleos independientes, que forman polos dentro de la región.
En la actualidad se utilizan los términos megaciudad y megápolis para referirse a las aglomeraciones que superan los 10 millones de habitantes y tienen funciones políticas y económicas de primer orden dentro de la jerarquía urbana, pero, otras veces, solo implican la gigantesca cohabitación de personas.
A partir de la década de 1960, se comenzó a utilizar el término megalópolis para definir una gran región urbanizada en que se integran áreas metropolitanas, megaciudades y metrópolis regionales y continentales.
El término fue propuesto por el geógrafo francés Jean Gottmann para referirse al corredor ubicado en el noreste de EE.UU., que está comprendido entre las ciudades de Washington y Boston.
La metropolización implica una reorganización del tejido urbano y la integración espacial de una región periurbana.
En la metropolización se produce una expulsión hacia las periferias de las funciones demandantes de gran cantidad de espacio (industria, ocio, comercio), mientras que el núcleo urbano central se reserva las funciones de mayor valor agregado.
Este proceso de megapolización está íntimamente vinculado con el desarrollo de la industrialización y, a partir de las transformaciones en el modelo de desarrollo fordista de la década de 1970, se produjeron cambios en el modelo de metropolización.
Las transformaciones en el modelo apuntan a una expansión en forma de regiones metropolitanas, donde se oberva una pérdida relativa del centro y la conformación de múltiples centralidades.
El caso paradigmático de estas ciudades transformadas sin un centro único lo constituye la ciudad de Los Ángeles, en EE.UU.
La urbanización en los centros
Las áreas centrales de temprana urbanización hoy tienen poco crecimiento, mientras sus ciudades se integran en regiones urbanas, como megalópolis que representan el principal fenómeno urbano de los países centrales.
La megalópolis europea
La expansión de las metrópolis europeas y su interdependencia constituyeron un espacio urbano con concentración de poder económico y político.
Y esto creó una región central respecto del resto de Europa que va desde el noroeste (Reino Unido), pasa por el Benelux (Bélgica, Holanda y Luxemburgo), el Rhin-Ruhr (Alemania) hasta Milán (norte de Italia) y llega hasta el sur.
La reunificación de Alemania y las dinámicas económicas ampliaron la región desde Manchester hasta Roma en el eje norte-sur e incorporaron Berlín ampliando el eje este-oeste.
Esta región de más de 1.700 km de extensión abarca ciudades globales –como Londres y París–, regionales –como Amsterdam, Milán, Frankfort y Berlín– y regionales-nacionales –como Lyon, Zúrich, Colonia y Estrasburgo–.
Estas urbes de diferente jerarquía se interrelacionan en un sistema urbano donde flujos de información, bienes y personas son elevados y requieren importantes inversiones en transporte y telecomunicaciones.
Autores como Guy Baudelle plantean que la extensión de la megalópolis europea formará el llamado “pulpo rojo”, un sistema integrado por los espacios metropolitanos y los nodos de transporte más importantes, junto con las áreas de desarrollo e inversión prioritarios para los próximos años en los ámbitos tecnológicos, científicos y culturales.
La urbanización de EE.UU
En el siglo XIX, ese litoral poblado avanzó con la colonización hacia la frontera oeste, y logró la integración del territorio a fines de ese siglo.
La concentración y la consolidación del corredor del Pacífico es más reciente, y creció a partir de la Segunda Guerra Mundial, con la industria bélica y el complejo tecnológico.
La estructura urbana estadounidense
Las ciudades norteamericanas desde sus orígenes se estructuraron formando áreas metropolitanas con centralización de funciones administrativas y de gestión.
La expansión de la ciudad hacia los suburbios estuvo vinculada con la difusión del transporte individual que desplazó al ferrocarril en la articulación de las áreas metropolitanas.
Los centros de las ciudades quedaron consolidados como distritos centrales de negocios (Central Business District –CBD–) con oficinas, edificios públicos y de ocio (museos y teatros) y dejó de lado la función residencial de las clases medias y altas.
En torno a los CBD hay áreas degradadas que en las últimas décadas volvieron a ser objeto de consumo de las clases medias y altas y desplazaron a los sectores populares.
Sin embargo, el proceso de suburbanización de las clases con más recursos favoreció la organización de nuevos núcleos en los corredores, con mejores equipamientos urbanos y servicios privados que reemplazaron a los de menor calidad, tanto en materia de salud, educación y esparcimiento.
La urbanización de Japón
La industrialización y la urbanización de Japón representan un caso excepcional, al tratarse del único país no occidental en completar un proceso de industrialización y alcanzar los niveles de vida de los países más desarrollados.
El décimo país más poblado del mundo, con 127 millones de habitantes, mantiene sus tasas de urbanización estables, con el 66% de la población total urbanizada.
Este área, de más de 1.200 km de extensión, concentra el 84% de la población total del país.
El resto del territorio, compuesto por la isla de Hokkaido y las costas del mar de Japón, está poco urbanizado, como consecuencia del clima y las formas de asentamiento tradicionales que evitaron la localización en las zonas montañosas, que comprenden el 70% del territorio.
El crecimiento económico acelerado a partir de la Segunda Guerra Mundial llegó a situar a Japón como la segunda economía del planeta con una fuerte industrialización orientada a las exportaciones hacia Asia y EE.UU., y articulando los flujos económicos de Asia oriental y Oceanía.
La supremacía económica situó a Tokio como una de las ciudades globales actuales por su importancia en el mundo.
Sin embargo, la consolidación de China como potencia, al igual que el resto de las economías de la región, desplaza el eje hacia la conformación de un arco urbano con Shanghai.